Mi leyenda.

                                                                 
  La Mocuana.

                                     
Ha muchos años, en los primeros días de la Colonia, la noticia de los yacimientos de oro que según fama había en los dominios del Cacique de la tercera Villa de Sébaco, llevó allí a muchos españoles, que fueron muy bien recibidos por el indio, quien les entregó tamarindos de oro para que los enviasen al rey de España.

Después del obsequio, el Cacique rogó a los extranjeros que se alejasen y no volviesen. Estos aparentaron hacerlo, pero al poco tiempo regresaron; y esta vez con deliberadas intenciones de sojuzgar al jefe indio. Habiéndolo sabido este, escondió sus tesoros. Únicamente su hija conocía el secreto del escondite. Los españoles fueron derrotados.


Pasó el tiempo y habiendo llegado uno de los hijos de los viejos españoles vencidos, se enamoró perdidamente de la hija del Cacique, que era muy bella. Esta correspondió el amor; y como bien sabía ella que su padre se opondría rotundamente al matrimonio, huyó con el español.

Generosa, le dio a su amante europeo las riquezas que poseía y este, satisfecho, y no esperando nada más de la pobre india, la encerró en la cueva de un cerro y le tapó su salida; pero ella, conocedora del lugar, logró escapar por otro lugar.

La actitud de su amante le causó la perdida del juicio y se convirtió en la bruja La Mocuana... Desde entonces se aparece en los caminos e invita a los transeúntes a seguirla hasta la cueva. La gente dice que nunca le han podido ver el rostro; solamente su larga y cimbreante figura y su preciosa cabellera.

El Padre Sin Cabeza 

Era un fraile en tiempos de la Colonia, que defendía a los indígenas y lo asesinaron el 6 de febrero de 1550. Lo decapitaron y su cabeza rodó por las calles de la ciudad de León.

Cuentan que el padre sin cabeza, anda penando y se pasa las noches recorriendo el pueblo. El Sábado de Gloria paseaba por los túneles que comunicaban a los sótanos de la Catedral de León.

Dice la tradición que se le aparece a los hombres y mujeres que trasnochan y que el padre los embruja y los guía hasta la iglesia del pueblo donde el sacerdote canta misa en latín.

A la hora de la consagración, al dar la cara el sacerdote se le ve sin cabeza y está chorreando sangre entre sus manos. Despavorido sale de aquel lugar y queda varias semanas sin habla.



LEYENDA DE "LA TACONUDA" 

Cuenta la leyenda que en la segunda década del siglo pasado. Una familia de apellido Gorozpe habito la ex hacienda de Ajuchitlán, donde imperaba la rígida autoridad de don Pedro, se dice que en aquel entonces su única hija empezaba a despuntar como una mujercita de gran belleza, quien, asediada por las pretensiones amorosas de un joven y apuesto campesino, termino por enamorarse de él. Ambos iniciaron un romance clandestino a sabiendas de que la enorme diferencia de clases, era el enorme obstáculo para su unión.

Una noche se citaron en uno de los patios de la hacienda, pero fue tanto su enamoramiento que no percibieron las miradas recelosas de un peón; quien los denuncio con don Pedro. El cacique, furioso, salió tras ellos para comunicarles su castigo y al sorprenderlos, se abalanzo sobre el joven y lo asesino; mientras tanto la bella joven se refugio en su habitación, esperando que su padre se compadeciera de ella; pero ocurrió que la furia de don Pedro se acrecentó al descubrir que el campesino había mancillado el honor de su bella hija; la golpeo sin misericordia hasta herirla gravemente y después la amarro en una silla como señal de castigo. Así transcurrió un día de angustia y tortura para ella, sin probar ningún alimento y adolorida por las crueles ligaduras, hasta que al llegar la noche del siguiente día, expiro irremediablemente.

A partir de entonces, se cuenta que durante algunas noches el espectro de la hija deambula por los corredores de la ex hacienda, hace sonar sus fúnebres tacones y empuña una daga, clamando venganza. También se dice que la silla en la que fue amarrada y torturada se conserva aún en la ex hacienda, se ha tapizado tres veces y la mancha de sangre vuelve a aparecer. 


El Cadejo

En las noches, a altas horas, cuado generalmente los hombres van de regreso para sus posadas, depuse de visitar a sus mujeres, un perro grande y fuerte, de color blanco, sigue a aquellos a poca distancia, custodiándolos, hasta dejarlos en sus casas. Este perrote es el Cadejo, el amigo del hombre trasnochador; quien se siente garantizado cuando se da cuenta que es seguido por dicho animal. Todos los peligros desaparecen: el perro blanco lucha y vence siempre defendiendo al hombre.


Hay otro perro que deambula por las noches. Es grande y negro, con un collar blanco en la propia piel. Este es el Cadejo Malo. Es enemigo del trasnochador. Apenas encuentra a este en su camino, se le abalanza, lo derriba, lo golpea, y lo deja maltrecho y sin sentido; pero no lo muerde. El tunante así agredido queda como insulso y dundo, tartamudo y se muere pronto. De este dicen que “lo jugó el Cadejo”. También el Cadejo Bueno procede así con los tunantes si estos no quieren dejarse acompañar por aquel y le gritan y lo corren y le tiran piedras. Si yendo el Cadejo Blanco acompañando a un hombre, encuentra al Negro, se traba ente ambos cadejos una sangrienta y encarnizada lucha, hasta que cae vencido el Negro. Los ojos de los Cadejos brillan muchísimo. “Parecen candelas” según el decir de los indios de Monimbó. El Cadejo no se cansa de caminar. Camina toda la noche hasta el amanecer en que desaparece..





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